“Identitas”
Dialécticas
arquetípicas en retratos
Alumno:
Claudio Villarreal
Profesor
tutor: Domingo Florio
INTRODUCCIÓN:
Es
cierto que quien mira en el espejo del agua, ve ante todo su propia imagen.
El que
va hacia sí mismo corre el riesgo de encontrarse consigo mismo.
El
espejo no favorece, muestra con fidelidad la figura que en él se mira,
nos hace
ver ese rostro que nunca mostramos al mundo,
porque
lo cubrimos con la persona, la máscara del actor.
El
espejo está detrás de la máscara y muestra el verdadero rostro.
C. G. Jung
Quienes
y qué somos son planteos existentes en el hombre desde siempre.
La
filosofía, las religiones y las distintas culturas han dado diversas respuestas
a estos cuestionamientos a lo largo de la historia. Se adentraron en lo íntimo
de la persona humana y extrajeron aquella característica que les pareció más
relevante.
Estas,
se fueron reflejando en las expresiones artísticas de cada tiempo, subrayando
unas y ocultando otras, olvidando luego las primeras y develando las segundas.
Para después volver de nuevo a empezar.
Paralelamente
a estas manifestaciones culturales de carácter general, se fueron colando en el
imaginario –tanto colectivo como individual– del ser humano, ideas, categorías e
imágenes, que van a dar por sentado las respuestas a estas preguntas iniciales.
Quizá muy pocos se ponen a reflexionar sobre estos temas. Las respuestas están
dadas. Hace falta sólo utilizarlas.
Es
así como para cada actitud y para cada apariencia tenemos siempre un mote, una
etiqueta. Frutos, tal vez, del habituarnos a repetirlos o a derivados de la
religión y las distintas tradiciones que en un inicio tuvieron un porqué, una
razón de ser y hoy se vaciaron de contenido, manteniendo un nombre o una
clasificación, lindando con los estereotipos y los prejuicios.
Es
por eso que el propósito de este trabajo es analizar cuáles son las
motivaciones que el común de la gente tiene al momento de “identificar” a los
demás e “identificarse” a sí mismo.
A
esta la guían los siguientes interrogantes:
¿De
donde provienen las imágenes con las que se relaciona y define a los otros,
desde las apariencias y las actitudes?
¿Por
qué ciertas impresiones son comunes entre las personas, sin importar la
diferencia de edad, género y cultura?
¿Qué
será aquello que parece estar dormido en nuestro interior que aflora cuando nos
paramos frente a los demás?
¿Son
los otros un espejo en el cual nos reflejamos y nos vemos tal cual somos?
Los
indicios que se encuentran sin buscar llaman la atención de quien observa. Los
mitos antiguos, las imágenes religiosas, los cuentos populares, pueblan la
imaginación de las gentes y parecen convertirse en referentes a la hora de
“nombrar” al otro.
Será
necesario adentrarse en el mundo de las imágenes arquetípicas para tratar de
entender y de encontrar rastros de aquello que conforma nuestro modo de pensar
y de juzgar.
En
un primer momento, trabajaré desde el concepto de Arquetipo y de Imágenes Arquetípicas
que se pueden encontrar en las diversas expresiones culturales, presentándolas
como pares de opuestos.
De
esta primera búsqueda, intentaré extraer la idea de Identidad presentándola en
forma de retratos para poder acentuar la implicación del espectador con el
tema, con la intención de tratar de confrontarlo con sus propios arquetipos,
símbolos y, por qué no, prejuicios.
Será necesario, también, detenerse en el
trabajo de artistas puntuales, lugares geográficos determinados, puntos de
encuentro –desde la historia misma- que se relacionen desde lo formal o lo
conceptual con lo arquetípico. No sin antes ver, buscar, indagar y reflexionar
sobre las imágenes pictóricas y/o fotográficas, no sólo de la publicidad y la
moda, sino, por sobre todo, las artísticas. Sin olvidarnos, claro está, de
aquellos que, sin crear imágenes, las habitan, las pueblan, las imaginan desde
la pluma y, por sobre todo, con sus ideas.
DIALÉCTICAS
ARQUETÍPICAS
LA
SOMBRA Y EL ÁNGEL
Este concepto me atrajo rápidamente. Es,
a mi entender, el miedo primigenio, sin forma definida. Es aquello que
presentimos que está detrás de nosotros, debajo de la cama o dentro del
armario.
Esta sombra es también una proyección de
nosotros mismos:
El descubrimiento de la sombra, es decir, todos aquellos aspectos de nosotros mismos que
hemos ignorado y rechazado -nuestra rabia, sexualidad o fragilidad. Jung
sugiere que la sombra es un equivalente muy próximo del inconsciente reprimido
de Freud y de lo que él llama «el inconsciente personal».[1]
Es
por eso que al enfrentarme en la realización de la obra no quise que fuera una
mera ilustración.
Necesité
adentrarme mucho más en el significado de Sombra que encuentro en mí, sobre
todo para poder encarar un retrato desde este aspecto. Fue entonces que conjugué
la idea de Sombra (que nos está detrás, que nos persigue) con aquel que nos
espía, que nos acecha, que parece querer asaltarnos en el momento en que nos
descuidemos.
En
relación con la mirada del otro, sería justamente la identificación con todo lo
malo que poseemos y repentinamente descubrimos en el otro. De ahí nuestro
rechazo, que más de una vez es inconsciente.
El
retrato con forma de ángel es una interpretación mía. No existe el ángel como
arquetipo propiamente dicho, sino que hay conceptos distintos que,
transformándolos, uniéndolos, relacionándolos, nos podría llevar a la
conformación de esta imagen.
Para
la creación de esta obra, la imagen
arquetípica que tomé fue la del Amigo:
[…] la amistad no es un concepto dualista sino
unitivo. La mayoría de los arquetipos tienen su gemelo, su par, su opuesto. El
equilibrio de género (Madre, Padre), la distribución de edad (Puer, Senex) y
otras expresiones dualistas están ausentes en la amistad, donde dos o más
amigos son virtualmente el mismo el uno para el otro. Por supuesto, hay
diferencias individuales de raza/etnia, clase, edad, preferencias sexuales,
género, etcétera, pero en la relación un amigo es un amigo.
[…]
la amistad es una relación que
atraviesa edades, géneros, preferencias sexuales, fronteras culturales,
sociales y legales.
[…]
la amistad es una relación inherentemente política. Algunos retroceden ante la
idea de que sus intimidades sagradas no sean demasiado privadas para la
política. Pero en la medida que la amistad es una noción plural capaz de
transformar las estructuras que nos aíslan, contiene semillas del cambio
social. No sólo somos amigos en el ambiente privado del hogar, sino bajo la luz
de la polis, donde otros nos ven y son influidos por nosotros.
Por
suerte, la amistad encuentra expresión
en la liturgia y el amor, en el arte y el atletismo, en la comida y la moda
[…].[2]
Además, la idea
del Ángel como Amigo va desde la infancia, especialmente en aquellos que hemos
sido criados en el seno de una familia cristiana más o menos practicantes. La
transmisión de la cultura Católica a través de madres y abuelas moldea en los
niños las imágenes arquetípicas
relacionadas directamente con lo mistérico, lo divino y la actualización de
potencialidades humanas donadas (don) por la Gracia o la Providencia de Dios.
De ahí que la
imagen del Ángel, que vive en el Cielo, por amor/amistad está siempre pendiente
de nosotros y recorre grandes distancias para acompañarnos o asistirnos.
[1] DOWNING, Christine. ESPEJO DEL YO. Imágenes arquetípicas que dan
forma a nuestras vidas. Barcelona: Kairós S.A. 1993.
[2] HUNT,
Mary E. de la parte El Amigo. En: DOWNING,
Christine. ESPEJO
DEL YO. Imágenes
arquetípicas que dan forma a nuestras vidas.
Barcelona: Kairós S.A. 1993.
LA PROSTITUTA Y EL ALMA
En
la cosmogonía de muchas culturas arcaicas la dualidad fundamental de la vida se
asocia con las dos fuentes primarias de luz, el sol y la luna. Ejerciendo
dominio sobre el cielo, alternándose en un ciclo diario de muerte y
renacimiento, Sol y Luna representan históricamente los principios centrales de
organización alrededor de los cuales se desarrollan muchos mitos de la creación
y numerosos temas religiosos:
En
nuestra cultura, el Gemelo Lunar tiende a fundirse en el ámbito de la sombra y sólo puede reconocerse en
las proyecciones perjudiciales de los hombres. […] En las mujeres los hombres
suelen idealizar atributos lunares, identificándolas como la quintaesencia de
la «feminidad». Si el Gemelo Lunar permanece indiferenciado en la sombra de un hombre, le impedirá
alcanzar una relación equilibrada consigo mismo y con otros hombres o mujeres.
Mientras
el Gemelo Lunar reside todavía en la sombra,
el Gemelo Solar ejerce un poder ilimitado sobre todos los contenidos oscuros de
la sombra. El ego solar es, por
definición, el poder de la luz sobre la oscuridad: no «ve en» la oscuridad de
la sombra; simplemente borra la
oscuridad, sustituyéndola por la luz.[1]
Si bien desde su origen, los gemelos siempre fueron
identificados con el mismo sexo (especialmente el masculino), con la aparición
de la cultura griega estos gemelos tomaron la identidad de los masculino y los
femenino como oposición y como complemento, dotando a la Luna de las
características femeninas y al Sol de las masculinas.
Tradicionalmente, lo lunar - asociado a la
intuición, a lo místico, a la hechicería, a lo emocional, a lo oculto, a la
locura, como características negativas - pertenecía a la esfera de lo femenino.
Mientras que lo solar - claridad, inteligencia, voluntad, fuerza, vida - estaba
relacionado directamente con lo masculino.
A la hora de enfrentar la realización de esta obra
suplanté la dualidad grecolatina que presenta ambos sexos y decidí que vuelvan
a ser de un mismo sexo, pero, esta vez, el femenino. Sumando al mismo género las
características de ambas polaridades primarias, ya sea en positivo como en
negativo, creando así la imagen de la femme
fatal, que seduce y que mata, y la del alma, pura, ingenua, bella,
conectada directamente con las bondades de la naturaleza.
Para definir cada imagen me basé en los mitos
clásicos que relatan a Medusa la cual identifiqué con la Gran Prostituta[2]
bíblica, y a Psique con la belleza profunda y pureza del alma.
[1] TEICH,
Howard. de la parte Los gemelos: una perspectiva
arquetípica. En: DOWNING, Christine. ESPEJO
DEL YO. Imágenes arquetípicas que dan forma a nuestras vidas. Barcelona:
Kairós S.A. 1993.
[2] “[…] y
en su frente un nombre escrito, un misterio: BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE
LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA.
Vi
a la mujer ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de
Jesús; y cuando la vi, quedé asombrado con gran asombro.” Apocalipsis 17, 5-6.
EL
DIABLO Y EL CHAMÁN
El tercer díptico presenta otra clase de opuestos,
casi extremos.
El Diablo entraría también a formar parte del
concepto de la Sombra, el anti-Yo o el “lado oscuro” del Yo. Pero acá no
vendría a significar aquello que es parte de nosotros y que queremos dejar a un
lado, sino que es el principio arcaico del caos y de la destrucción.
Paralelamente, simboliza la muerte y el terror que
el hombre suele sentir con respecto a la muerte; no sólo por el miedo a la
pérdida material del cuerpo, sino por el hecho de dejar de existir, o, lo que
sería aun peor, el terror al eterno sufrimiento en manos de monstruos o
demonios.
No existe, de hecho, un arquetipo que se presente
exclusivamente como el Demonio. Mayormente es la cara opuesta de otros como la
del Héroe, el Padre, el Yo. Lo que sucedería en caso de no cumplirse o
realizarse aquello por lo cual existen.
Marcados por la cultura cristiana, la imagen del
Diablo vive de manera latente en el imaginario occidental. De hecho, no todas
las culturas poseen su correspondiente. En muchas es el dios de la muerte el
que haría las veces del demonio, pero es entendido, a su vez, como una entidad
que no se encuentra en el lado opuesto del dios de la vida, ya que para que
ésta exista es necesario primero destruirla.
La otra imagen correspondiente a este díptico es el
Chamán.
El
verdadero chamán es inconfundible: modesto, equilibrado, jovial, comunicativo,
armonioso y competente, dándole importancia al amor, el respeto y el optimismo.
Sobre todo, el verdadero chamán está en paz.
[…]
La tradición chamánica subraya especialmente la conexión del individuo con un
contexto social que se va convirtiendo en el conjunto del mundo o «todas
nuestras relaciones» en su sentido más amplio.[1]
Esto es lo que intento expresar con la imagen. La
paz interior, pero, a la vez, la idea de serenidad y de autoconfianza,
atributos o virtudes que generan en el otro el deseo de acercársele, de
escucharlo, de seguirlo.
Existen muchos tipos de “chamanes” en la sociedad,
algunos de ellos “falsos”.
La gente los sigue igualmente, acreditándolos, ya
que encuentran en éstos aquellas palabras de “verdad” y de aliento que sus
vidas necesita. Pero, por lo general, los Chamanes son personas realmente de
bien, que buscan ayudar, que están dentro de ellos buscando sabiduría y, al
mismo tiempo, proyectados hacia afuera dando consejo, discernimiento, sanidad.
El chamán hecho y derecho es una persona
de poder que sabe controlar, dirigir y persuadir a otros miembros de la
sociedad, y generalmente se halla en la cumbre de la jerarquía de poder. Su
poder procede no sólo del conocimiento y la sabiduría adquiridos durante el
aprendizaje y la iniciación, sino también de la confianza de la sociedad, de la
legitimidad de su papel.[2]
Actualmente, los Chamanes
ya no están en la cúspide de la jerarquía de poder. Tienen generalmente un
perfil bajo, acorde a las virtudes que tanto atraen a los demás. Aún así, que
los necesite y desee encontrarlos siempre puede acceder a ellos, ya que en
nuestros tiempos el retirarse a un lugar de paz no quiere decir vivir en el
desierto (literalmente) o en la cima de la más alta montaña.
Los medios de
comunicación, como las redes sociales, ayudan en este sentido, y la gente logra
encontrarse con ellos, beber de su sabiduría y testimoniar sobre sus enseñanzas
y acciones.
La imagen que desarrollé
plantea no sólo la paz, sino también el equilibrio, el despojo de lo mundano,
la fluidez del conocimiento y la transparencia (simbolizados en el agua) y la
pureza.
Aún así, el Chamán no necesariamente
debe ser una persona única, exclusiva, “mágica”: Cada uno de nosotros
puede atravesar la puerta chamánica para descubrir la propia verdad interior.
Lo que traemos de vuelta sana e ilumina.[3]
[1] COLLINS, Jan Clanton. de la parte
El chamán. En: DOWNING, Christine. ESPEJO
DEL YO. Imágenes arquetípicas que dan forma a nuestras vidas. Barcelona:
Kairós S.A. 1993.
[2] BEAN, Lowell John; BRAKKE VANE, Sylvia. Shamanism: an Introduction, Art of the Huichol Indians, ed. por
Kathleen Berrin. San Francisco: FineArts Museum, 1978, p. 121.
[3] COLLINS,
Jan Clanton. de la parte El chamán. En: DOWNING, Christine. ESPEJO DEL YO. Imágenes arquetípicas que dan
forma a nuestras vidas. Barcelona: Kairós S.A. 1993.
LA BRUJA Y LA
ABUELA
Este díptico intenta resumir en sí dos opuestos
dentro del gran arquetipo de la Madre:
El arquetipo de la
madre tiene, como todo arquetipo, una cantidad imprevisible de aspectos. Citando
sólo algunas formas típicas tenemos: La madre y abuela personales; la madrastra
y la suegra; cualquier mujer con la cual se está en relación, incluyendo
también la niñera; el remoto antepasado femenino y la mujer blanca; en sentido
figurado, más elevado, la diosa, especialmente la madre de Dios, la Virgen
(como madre rejuvenecida, por ejemplo: Demeter y Ceres), Sophia (como
madre-amante, a veces también del tipo Cibeles-Atis, o como hija [madre
rejuvenecida]-amante); la meta del anhelo de salvación (Paraíso, reino de Dios,
Jerusalén celestial); el sentido más amplio de la Iglesia, la Universidad, la
ciudad, el país, el cielo, la tierra, el bosque, el mar y el estanque; la
materia, el inframundo y la luna; en sentido más estricto, como sitio de
nacimiento o de engendramiento: el campo, el jardín, el peñasco, la cueva, el
árbol, el manantial, la fuente profunda, la pila bautismal, la flor como vasija
(rosa y loto); como círculo mágico (mandara como padma) o como tipo de
cornucopia; y en el sentido más estricto la matriz, toda forma hueca (por
ejemplo, la tuerca); los yoni; el horno, la Bolsa; como animal, la vaca, la
liebre y todo animal útil en general.
Todos estos símbolos
pueden tener un sentido positivo, favorable o un sentido negativo, nefasto. Un
aspecto ambivalente es la diosa del destino (parcas, graeas, normas); uno
nefasto, la bruja, el dragón (todo animal que devora o envuelve sus víctimas en
un abrazo, con grandes o la serpiente, la tumba, el sarcófago, la profundidad
de las aguas, la muerte, el fantasma nocturno y el cuco (tipo Empusa, Lilith,
etc.).
Esta enumeración no
pretende de ningún modo ser completa; sólo señalan los rasgos esenciales del
arquetipo de la madre. Las características de éste son: lo "materno",
la autoridad mágica de lo femenino, la sabiduría y la altura espiritual que
está más allá del entendimiento; lo bondadoso, protector, sustentado,
dispensador de crecimiento, fertilidad y alimento; los sitios de la
transformación mágica, del renacimiento; el impulso o instinto benéficos; lo
secreto, lo oculto, lo sombrío, el abismo, el mundo de los muertos, lo que
devora, seduce y envenena, lo que provoca miedo y no permite evasión.
[…] El arquetipo en sí
forma parte de los más elevados valores del alma humana y ha poblado por ello
todos los Olimpos de todas las religiones.[1]
De
este modo, dos caras de la misma moneda.
En
una se encuentra a la Bruja, la hacedora del mal, la que corrompe, envenena y
mata. Aquella con la que los cuentos asustan a los niños, haciéndoles creer que
se los comerán. El mismo recurso que los adultos utilizan con sus hijos. En la
obra está presentada en un escenario doméstico, actualizada a la mujer de hoy,
sin tantos barroquismos más que el de la composición realizada con la luz y la
sombra.
Diametralmente
opuesta, inmersa en claridad (de la luz y de los gestos), encontramos a la
Abuela. Ante la realización de esta imagen me asaltaron muchas dudas y muchas
experiencias personales. Mis abuelas fueron - y aunque ya no están, todavía lo
son - importantísimas en mi vida. De ellas aprendí a imaginar, a fantasear, a
inventar historias. Pero también aprendí a trabajar con las manos: a plantar,
trabajar la tierra, cocinar, coser…
Pero
la imagen que logra resumir es la abuela que cuenta historias. Porque es en
esas historias que está la sabiduría, el conocimiento que, por la experiencia
que tienen, transmiten, educan y forman.
Tan
antiguos como los cuentos narrados, así de antigua es la sabiduría que tienen,
sabiduría tal vez no de estudios y libros, sino la sabiduría de la vida. Y esto
vuelve a ligarse estrechamente al arquetipo de la Madre: la dadora de vida.
EL BURLADOR Y LA
VÍCTIMA
Con esta última obra intento jugar - de manera aun
más forzada - con la ambivalencia en cada parte del díptico.
En primer lugar presento al Burlador:
Los burladores parecen
encontrar salidas donde no las hay. Se ríen de las costumbres establecidas y
nos proporcionan una nueva mirada transversal sobre la vida, mostrando que la
realidad cotidiana suele ser demasiado barata, banal, cursi y burda. Semejantes
visiones ponen patas arriba las convenciones vigentes, despertando a su paso
sonrisas y carcajadas. Nos hacen experimentar un vivificante desafío al orden
establecido, en un relámpago de intuición acerca de qué más podría ser posible. Sembrando metáforas de crecimiento,
derrocan la aridez del sistema que asfixiaría la nueva vida.
[…] La clave del
burlador/bufón: la imagen es la de poner cabeza abajo todas las respuestas
habituales, acostumbradas y esperadas. Los burladores sustituyen la ordinariez
cotidiana por un caos divino.
Los burladores no
simplifican la vida humana sino que la vuelven más compleja. Desplegando una
pluralidad de significados, rechazan la condensación en favor de la irrupción
multidimensional en ámbitos más allá de nuestra experiencia, que sólo nos
parecerían accesibles a los magos.
[…] Representa la
creatividad desenfrenada de la cultura y la naturaleza, que rechaza el tresillo
de oficina y las medias y tacones altos; a la vuelta de la esquina está la
posibilidad del cambio y el crecimiento.[1]
Este
personaje grotesco, al cual yo asocié con la imagen del dios romano Baco, muchas
veces es asociado con lo negativo. El mismo dios Baco es tomado como el dios de
los excesos, si bien, originariamente, era un dios agrario, de los cultivos,
asociado a la bonanza de la tierra.
Particularmente,
en la actualidad, la gente teme salirse de esquemas tradicionales, por más que
la historia y la experiencia hayan ya dictaminado la caducidad y obsolescencia
de la misma. Y aquellos que están fuera de esta organización social son
temidos, reprobados, rechazados, marginados, pero también admirados y hasta
envidiados.
Este
doble sentido posee también la imagen de la Víctima, la cual la asocié con la
del mendigo, aquel que es doblemente víctima: de su “destino” y de la sociedad.
La
imagen de la víctima ha sido devaluada por la tan querida idea norteamericana
de que las víctimas son sencillamente perdedores que no se esforzaron bastante
para ganar.
[…]
Las víctimas seculares se crean así a través de la proyección: quienes apoyan y
mantienen los valores dominantes proyectan su propio miedo ante la impotencia,
el desamparo, la debilidad y la vulnerabilidad sobre todo aquel que pueda ser
victimizado. Y dado que nuestra cultura no exhibe una distribución equitativa
del poder, hay más víctimas que agentes: habrá víctimas individuales como
mujeres, gente de color, niños, animales, y colectivas como los negros, judíos,
indios norteamericanos, lesbianas y gays, viejos, disminuidos, etcétera.
[…]
La víctima «merece» lo que «obtiene». En términos New Age, la víctima «ha
creado» su propia realidad.
[…]
Es precisamente el horror, la vergüenza y la impotencia lo que despierta
nuestra sensación de tragedia, nuestra empatía, nuestra indignación ante la
injusticia, y a veces nuestro amor. Percibimos a la víctima como esa figura
dentro de cada uno de nosotros que es débil, que sufre, que se siente
injustamente acusada y no puede exigir justicia. La figura de la víctima
personifica la paradoja de soportar un sufrimiento insoportable; tal vez por
ello es capaz de conmovernos y despertar nuestra compasión, empatía, aflicción
y amor.
[…]
La experiencia de la figura de la víctima en nuestra propia psique nos hace
conscientes de la capacidad humana para el sacrificio.[2]
[1] Doty, William G. de la parte El burlador.
En: DOWNING, Christine. ESPEJO DEL YO.
Imágenes arquetípicas que dan forma a nuestras vidas. Barcelona: Kairós
S.A. 1993.
[2] COWAN,
Lyn. de la parte La
víctima. En: DOWNING, Christine. ESPEJO DEL YO. Imágenes arquetípicas que dan
forma a nuestras vidas. Barcelona: Kairós S.A. 1993.
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