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"Identitas #1" (díptico) - Acuarela y grafito sobre papel |
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"Identitas #2" (díptico) - Acuarela y grafito sobre papel |
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"Identitas #3" (díptico) - Acuarela y grafito sobre papel |
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"Identitas #4" (díptico) - Acuarela y grafito sobre papel |
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"Identitas #5" (díptico) - Acuarela y grafito sobre papel |
LA OBRA Y SU DISPOSITIVO
Mi
tipo de imagen pictórica, tan figurativa y detallista, me parece la más adecuada
y necesaria para llevar a cumplimiento este tema, no sólo porque se trata de retratos,
sino por la necesidad de que el espectador, al ver las obras, se sienta implicado[1],
sobre todo con las imágenes que dirigen su mirada hacia quién las observa, y
segundo, que se pueda identificar con alguna de ellas, y he visto que
son las fotografías o las obras plásticas con un alto grado de iconicidad las
que ayudan a que esto suceda.
También
por eso, la decisión de utilizar técnicas que me posibiliten un alto grado de
detalle y de referencia con la realidad: la acuarela, por la posibilidad de
esfumaturas dentro de los contrastes de luz y sombra, y el grafito, para darle
definición a los pequeños detalles y para llevar la imagen a los valores más
bajos que con la acuarela (tan sutil y transparente) no son fáciles de lograr.
Utilicé
pocos colores y los que usé pertenecen a la esfera de lo simbólico, junto con
las caracterizaciones de los personajes retratados:
Expresado
en analogía con el espectro visible, esto querría decir que la imagen del
impulso no se descubre en el extremo rojo de la escala de los colores sino en
el violeta. La dinámica de los impulsos está en cierta medida en la parte
infrarroja, pero imagen del impulso está en la ultravioleta. Si pensamos
entonces en el bien conocido simbolismo de los colores, se ve, como ya hemos
dicho, el rojo concuerda con el impulso. Pero de acuerdo con lo que sería de
esperar, el azul se adecuaría más al espíritu de violeta. Este es el llamado
color "místico", que traduce de modo satisfactorio el aspecto
indudablemente "místico", o sea paradójico, del arquetipo. El reto
está formado por el azul y rojo pese a que en el espectro es un color
independiente. Al decir que el arquetipo está caracterizado exactamente con el
violeta no hacemos por desgracia una mera consideración edificante: el
arquetipo es justamente no sólo imagen en sí, sino el mismo tiempo
"dynamis" que se manifiesta en la numinosidad y fuerza fascinadora de
la imagen arquetípica.[2]
De esta manera, simbolicé aquello que está dentro de
los “impulsos” tal vez más bajos o temidos con ROJO, y, en cambio, aquello que
está más ligado a lo espiritual, altruista y bondadoso con AZÚL. Dejando que
esta “dinámica” que se presenta entre las dos imágenes que conforman el díptico
se sinteticen en la mirada e interpretación de quien las observa.
Sumado a los colores, decidí jugar también con la
implicación real del espectador, sumando al dispositivo de la obra un espejo.
En el cual se encontrará el reflejo de quién mira al lado de uno de los
retratos de la obra.
“El
psicoanálisis conoce la identificación como la más temprana exteriorización de
una ligazón afectiva con otra persona”.[3]
“[…]
la identificación aspira a configurar el yo propio a semejanza del otro, tomado
como ‘modelo’”.[4]
Pero, ¿por qué utilizar un espejo para lograr la
identificación del espectador con las obras?
Basta
para ello comprender el estadio del espejo como una identificación en el
sentido pleno que el análisis da a éste término: a saber, la transformación
producida en el sujeto cuando asume una imagen, cuya predestinación a este
efecto de fase está suficientemente indicada por el uso, en la teoría, del
término antiguo Imago.[5]
Entonces,
los dispositivos que contienen cada uno de los dípticos poseen una puerta que
permite ver solamente uno de los dos retratos contenidos en la obra. Sobre esta
puerta, se ubica el espejo.
La
puerta debe ser manipulada por el observador. Es él el que activa el
dispositivo, permitiéndose acceder a la obra completa. Pero, a su vez, él mismo
se “arriesga” al asomarse en el espejo y encontrándose con su propio reflejo a
participar de la obra y crearla (o completarla), sumando su imagen y
conformando un díptico.
El
dispositivo en el que se encuentra cada obra está conformado por una caja de
madera de alrededor de 1 metro por, aproximadamente, 0,7 metro. Cada una de
ellas, que como ya expliqué, posee una puerta corrediza que es de la mitad
exacta de la misma, en la que está adosado un pequeño espejo.
El
color de las cajas es blanco, pero de ninguna manera quiso ser éste un color
simbólico. Responde, meramente, a una necesidad práctica, la de lograr separar,
contener y diferenciar las obras con el soporte donde se colgarán los
dispositivos.
[1] STURGIS, Alexander;
CLAYSON, Hollys. Entender la pintura.
Análisis y explicación de los temas de las obras. Barcelona: BLUME, 2002.
p. 142. “El retrato de perfil […] ofrecía algunas
ventajas, pero no proporcionaba la oportunidad de establecer una conexión
psicológica entre el modelo y el espectador del cuadro. Esa conexión sólo es
posible cuando el modelo es capaz de mirar al espectador, y a través de esa
relación se transmite el carácter (y la posición) de aquél.”
[3] FREUD,
Sigmun. Psicología de las masas y
análisis del yo. Vol. 18. Cap. VII. Buenos Aires: AE, 1921. p. 99.
[5] LACAN,
Jacques. “El
Estadio del espejo” en Escritos I.
Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 1946
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