“UNO”
(“El Amor
Trinitario entre los Hombres”)
Claudio Daniel Villarreal
Asesora: Susana Rocha
PRÓLOGO
El enfrentar este Trabajo Final, fue ante todo un confrontarme
conmigo mismo: quién soy yo. Y en este redescubrirme, me es imposible dejar de
lado a Dios, con el cual mi relación tiende cada vez más a ser “trinitaria”.
Este Trabajo Final quiere ser un
reflejo de experiencias vividas por mí, convencido de que el destino de la vida
de cada persona y de la historia toda, consiste en vivir cada vez más como
Dios, para vivir cada vez más en Dios.
“Yo he sentido que he sido creada
como un don para el que está a mi lado y el que está a mi lado ha sido creado
por Dios como un don para mí. Como el Padre en la Trinidad es todo para el
Hijo, y el Hijo es todo para el Padre”... y “la relación entre nosotros es el Espíritu
Santo, la misma relación que existe entre las personas de la Trinidad.”[1]
Este descubrimiento de la “Vida
Trinitaria” se basa en mi participación activa y constante en el movimiento de
los Focolares, cuyo fin último es llevar a cabo el “testamento de Jesús”: que
todos sean UNO[2],
y esto se logra viviendo conforme al “Mandamiento de Jesús”: ámense los unos
a los otros como yo los he amado[3].
En estas dos frases está contenida toda la “Vida Trinitaria”, experiencia que
realizan a diario miles de personas de toda edad y en todas partes del mundo.
[1] Chiara Lubich, en escritos espirituales/ 1, ed. Ciudad Nueva,
Madrid, 1995, p. 135.
[2] Cfr. Jn. 17, 21
[3] Cfr. Jn. 13, 34
INTRODUCCIÓN
“Queridos míos, amémonos los unos a los
otros, porque el amor viene de Dios.
Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.
EL que no ama, no ha conocido a Dios, pues Dios es
amor.
Envió Dios a su Hijo Único a este mundo para darnos
la Vida por medio de Él.
Así se manifestó el amor de Dio entre nosotros.
No somos nosotros los que hemos amado a Dios sino que
Él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados: en esto
está el amor.
Queridos, si tal fue el amor de Dios, también
nosotros debemos amarnos mutuamente.
Nadie ha visto nunca a Dios, pero si nos amamos unos
a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se dilata libremente entre
nosotros.
Dios nos ha comunicado su Espíritu; con esto
comprobamos que permanecemos en Dios y Él en nosotros.
Nosotros mismo hemos visto, y declaramos que el Padre
envió al Hijo para salvar al mundo.
Si alguien reconoce que Jesús es el Hijo de Dios,
Dios permanece en él y él en Dios.
Nosotros hemos encontrado al amor de Dios presente
entre nosotros, y hemos creído en su amor.
Dios es amor.
El que permanece en el amor, en Dios permanece, y
Dios en él”.
(1 Jn. 4, 7-16)
He aquí la
síntesis del concepto fundamental del Trabajo Final, bellamente descrito por el
apóstol Juan con el deseo de ser explicativo y pedagógico más que meramente
teológico.
El punto de
partida para entender esto es el Amor, pero no el que conocemos habitualmente,
sino aquel que es reflejo de Dios, que llega a nosotros como el corazón del
Evangelio: “Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los
otros”.[1]
En ese “como” se
encuentra el secreto de la Trinidad. Nos amó hasta el abandono, hasta morir por
amor, hasta hacerse nada.
Es por eso que
no puede existir unidad trinitaria sin el mutuo “perderse” del uno en el otro
por amor.
Pero, “así como
en Dios la afirmación de las diferencias personales en su comunión de amor es,
paradójicamente, la afirmación de su esencial unidad, así ha de ser
analógicamente en nosotros. Aunque el Espíritu nos une unos a otros a imagen de
la misma unidad Divina, no por ello nos confunde, nos anula o nos somete a
uniformidad indiferenciada, al contrario (...) Así como en la Trinidad el
Espíritu significa la superación de todo inimaginable egoísmo que tendiera a la
absorción mutua de Padre e Hijo, así también entre nosotros la presencia del
Espíritu hace posible toda pretensión de absorción, dominación o anulación del
otro”.[2]
Actuando de esta
manera: viviendo con los otros, para los otros, en los
otros y gracias a los otros, es como se accede a un sentido trinitario
de vida, lo cual nos transporta directamente al “seno” de Dios, de la Trinidad.
Toda mi experiencia espiritual está
subjetivada en mi obra, a través de un juego de símbolos que van de lo
universal a lo personal; donde la figuración y la iconicidad son medios
importantes para explicitar de manera pedagógica este pensamiento espiritual en
mi pintura.
[1] Jn. 13,34.
[2] El Dios trinitario y la unidad humana, en “Selecciones de
Teología” 87 (1983) pág. 224.
CONCLUSIONES
Al
Simbolismo de finales del siglo XIX llegaron muchísimos artistas enamorados por
la ambigüedad de las formas, el ocultismo, el erotismo extravagante y la
arqueología exótica. Querían ref1ejar en sus trabajos no la cosa en sí, sino el
efecto que produce.
Ellos
aportaron a las artes de fin de siglo su extremosidad y desesperación frente a
la alienación que provocaba una Europa cada vez más materialista y
deshumanizada, y evocaron en sus obras, ciudades legendarias rodeadas por un
atmósfera mítica de ocaso.
El
decadentismo reinante en la época los llevaba a experimentar sentimientos de
exaltación, de éxtasis estéticos y búsqueda, centrando su atención en la
representación nostálgica de formas exóticas y antiguas culturas.
Ante
esto, y como reacción, perseguían a través de la forma expresiva la
transformación de la realidad en una nueva belleza ideal, poblada de
sensaciones e imágenes simbólicas herméticas.
] Situándome en un
momento histórico similar (fin de siglo, fin de milenio) y en referencia al
tema de mi trabajo, lo que quiero expresar es mi experiencia personal de una
vida donde lo divino entra en juego en la dinámica de las relaciones humanas.
En ella se pueden ver seres revestidos con
paños haciendo alusión a una edad antigua, o a un tiempo sin tiempo que quiere
remarcar un presente eterno y no un pasado muerto.
Debo agregar que mi pintura es, más allá
de las influencias que en ella se encuentren, del todo ecléctica, cada recurso
técnico o compositivo no son arbitrarios sino elegidos, tomados de aquellos
estilos en los que veo que se resuelve lo que yo quiero contar, es por eso que
los empleo en mis trabajos.
Sin duda, mi obra posee un carácter
individual, ajeno a cualquier movimiento artístico presente o pasado.
] Mi imagen al ser
del tipo simbólica necesita de la figuración y de la iconicidad para ser
explícita, pedagógica. Es el simbolismo mismo el que se apoya en una imagen con
un alto grado de referencia a lo real, siendo esta misma relación (pintura -
realidad) un símbolo de lo divino en lo terreno. Porque la figura es el símbolo
mismo no un elemento que lo acompaña, y es su iconicidad la que da sentido al
símbolo y a la vez lo explica.
De otra manera me seria imposible
"contar" aquello que siento o vivo. Es esta analogía: realidad -
símbolo, la que por sí sola se encarga de transmitir el significado más íntimo
de lo pintado y que va más allá de su mero parecido con lo real.
] Mediante una
composición plural y dinámica se intenta dar una apariencia de tensión al
estilo barroco, dibujándose sobre la tela una profusa variedad de diagonales,
algunas que van de un extremo al otro del cuadro y entrelazándose fuertemente
con elipses - que el Barroco utilizó en reemplazo del círculo para dar mayor
idea de movimiento - marcadas direccionales serpenteantes, que sobre el plano denotan una “S” por la cual el ojo del espectador
puede recorrer todos los elementos de la composición como si estuvieran unidos
por un lazo invisible.
Ayuda a la composición ese “aire barroco”
que poseen las formas, paños con exceso de pliegues o montañas formadas por un
sinnúmero de piedras pequeñas, donde el trazo se forma por los contrastes de
las figuras iluminadas y los fondos oscurecidos. En momentos parece que las
figuras se desprenden, acusadas por un
contorno definido, pero luego, ese mismo contorno, es disimulado o desaparecido
por el color del objeto siguiente.
En este juego
de formas cerradas y abiertas, el tratamiento naturalista de cada una de ellas
posibilita la identificación del objeto en un continuo alternar entre modelado
y modulado.
La luz juega
aquí un papel preponderante. Al igual que en el Barroco, donde se intenta poner
un énfasis dramático a las luces y sombras a través de una poderosa luz
dirigida y que trae aparejado el que las figuras se presenten en un riguroso
relieve contra fondos fuertemente ensombrecidos.
Esto da a
cada trabajo un aire escenográfico, agudizado por el espacio profundo que a
veces se torna indeterminado por el uso de grandes masas de oscuridad, que
obliga al observador a moverse en la incertidumbre de qué es lo que se
encuentra atrás y dónde se hallan los límites de las formas que en él se
funden.
Toda la
construcción teatral del espacio se apoya decisivamente en el gran contraste de
valores, que supera incluso lo limitado de la paleta. Los colores giran entre
los tierra y a la presencia, para nada arbitraria de colores cálidos, que
intentan representar el color local de los objetos, cuyas sombras son
realizadas - en sus mezclas - con sus complementarios más próximos.
Los símbolos se
traducen a partir de la figura misma, es por eso que ella sola, a partir de su
referencia con la realidad, sea la que hable. De esta manera la pincelada
oculta y la textura homogénea ayudan a la exaltación de la forma y no el gesto
que imprime el pincel.
Es recurrente el
tema de la aridez, representado por rocas superpuestas. Esta “aridez
espiritual” evoca el mismo sentimiento de alienación y vacío que plasmaron con
nostálgica expresividad los Simbolistas. Es ahí donde el contraste figura-fondo
no existe sólo en lo formal, sino que pasa a ser parte del lenguaje simbólico.
La figura se presenta como vida, como voluntad de superación, como un “acto de
amor” por encima del dolor propio o ajeno.
El fuego es la
representación del Amor Divino concretizado.
El contraste
marcado de luces y sombras refiere a las relaciones concretas entre lo
sobrenatural y lo terrenal. La luz representada habla de una presencia de Dios
que puebla al ser y lo encarna, que llena su vacío y lo hace “uno” con Él.
El juego de
miradas es un símbolo de la inhabitación de cada ”Yo”, que se pierde en el
“Tú”, y se regenera enriquecido en esta “relación de amor recíproco”
convirtiéndose en un “Uno” (“Nosotros”), divinizado por ese mismo amor. Es una
evocación de la Trinidad.
Éstos y más
símbolos pueblan cada obra, en algunas los elementos se repiten, pero el
símbolo cambia, adaptándose a la situación.
Toda esta
interminable trama de relaciones donde el Amor es primordial y protagonista,
intenta reflejar una vida humana que así vivida, “a la manera de Dios”, es por
el cual este Amor nos transporta al seno de la Trinidad, haciéndonos “Uno” con
ella que también es uno, por esta misma relación de Amor que existe entre las
Personas que la componen.
Por último, nos
encontramos frente al GRAN SÍMBOLO que es la presentación de la muestra.
Un enorme prisma triangular que es la Trinidad, donde cada uno de sus lados
esta formado por tres paños blancos suspendidos desde lo alto y que apuntan a
lo divino y que unen lo humano simbolizado en los pliegues del extremo interior
y que envuelven este “amor pintado”.
La arista
central señala el cuadro que da nombre al Trabajo Final y expresa la meta de
esta forma de vida.
Para ver la
muestra, el espectador debe ingresar al “Triángulo”; de esta manera él, sin
saberlo, se convierte en actor en esta alegoría de ser transportado al seno de
Dios, de la TRINIDAD.
PROYECTO DE EXPOSICIÓN
Todo
este trabajo es un Gran Símbolo, ya sea cada cuadro por separado, el texto o la
muestra toda.
Es
por eso que es muy importante cómo será presentada cada obra. Por lo cual yo
quiero reflejar esta vivencia de la Trinidad en mi cotidiano haciendo
partícipes a los espectadores de esta experiencia.
El
lugar de la muestra mide 18m. por 7,5m.
Allí
se dispondrán las obras formando un triángulo, el cual significará a la
Trinidad. Cada lado de este triángulo estará compuesto por tres paños
blanquecinos de longitud diversa de 1,5m. cada uno, en los cuales se apoyarán
los cuadros de esta muestra. Entre cada paño habrá una distancia de 0,5m. lo
que ayudará a darle “aire” a este espacio simbólico.
Los
paños son claros porque pretenden ser este Amor que viene desde lo alto y
“sostiene” cada situación representada en las pinturas.
Los
paños, al tocar el suelo, no terminan en un corte abrupto, sino que tendrán una
pequeña prolongación sobre el suelo que simbolizan la unión con lo terrenal.
Los
lados de este triángulo no se tocarán formando vértices, sino que esos serán
los lugares de acceso a la muestra. La “puerta” por la cual se llega al “seno”
de la Trinidad.
El
vértice principal será un cuadro, el que representa a la Trinidad, llamado
“Uno”, que a su vez da el nombre a la muestra. Este cuadro estará también
suspendido de un paño, éste, a diferencia de los otros, será el más largo ya
que vendrá desde el techo y simboliza la unión entre la verdadera divinidad y
la experiencia que hacen los hombres de ella, que vendría a ser la muestra.
Toda
esta ambientación no variaría en el caso de que esta muestra no fuera mi
Trabajo Final, porque es necesaria para completar y/o remarcar el carácter
simbólico del tema elegido. Es a la vez, mi aporte personal a los demás, se mi
manera de transmitir y compartir este sentimiento espiritual por el cual vivo.
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